sábado, julio 18, 2009

EL JUBILADO

EL JUBILADO
Por Sergio Piro



Luís Vignoles, había cumplido 65 años. Llevaba más de 40 años trabajando en la Dependencia y su tarea rutinaria consistía en atender las llamadas telefónicas, manejar el conmutador y pasar las llamadas a los internos. Pero eso no era todo lo que había hecho en sus largos 40 años de servicio. Había sido chofer, ordenanza, electricista, ascensorista y hasta administrativo. O sea que había recorrido todos los sectores del edificio y era conocido y reconocido por todos sus compañeros, que convivieron muchos años con él. Su esposa, Isabel Bianchi era algo más joven que él, pero aún mantenía esa elegancia producto del cuidado permanente y atención a sus detalles. Uno podría imaginarse a ella de joven, una mujer muy atractiva y de aspecto jovial. Configuraban un matrimonio de personas maduras, bondadosas, delicadas y muy prolijas. Siempre atendían a sus amigos íntimos u ocasionales, con mucho afecto y cordialidad, propios de gente de buen carácter, con casi todos sus problemas solucionados. Tenían 4 hijos, 2 mujeres y 2 varones, 8 nietos, que vivían distanciados por circunstancias laborales. Uno de ellos vivía en el sur, otro en el extrajera y los otros dos eran los que frecuentaban más a menudo a esta linda familia.
Don Luis, como así lo llamaban, tenía una buena relación con sus compañeros de trabajo, que siempre le pedían algún consejo, frente a todos los problemas personales o de aspecto laboral. Así era que en algunas ocasiones debía recomponer relaciones sentimentales entre alguna pareja desavenida o poner sobre la mesa problemas entre dos compañeros. Otras veces lo consultaban por problemas relacionados con el cobro de haberes, aunque él nunca fue delegado. Era tal la confianza que le tenían por sus siempre sinceras y justas palabras, sus consejos certeros y sus silencios razonadores, a los que siempre respetaban.
Era muy difícil que alguien pudiera odiar a Don Luis, ni siquiera dudar de su integridad y su bonhomía. Era una especie de padre, hermano y amigo a la vez a la hora de aconsejar. Todos respetaban sus opiniones, aún cuando podrían disentir con él. Además conocía a todos y sabía a donde recurrir, ya sea para solucionar algún problema como para aconsejarles a los demás ante quien debían dirigirse.
- Don Luis - le preguntaba un joven empleado en voz baja como para mantener la intimidad - Tengo un problema, resulta que he salido con Patricia, la del archivo, nos comenzamos a encariñar y de repente...bueno...nos besamos, y... nos tocamos y...
- ¿Y qué? - preguntaba Don Luis haciendo como que no entendía
- Bueno...nos hicimos el amor...
- ¿Y eso que tiene de malo? Al contrario, me parece bueno - contestó
- Si...pero, ¿vio?.. Tanto va el cántaro a la fuente que...
- ¿Qué, que? - preguntaba Don Luis como estirando la conversación
- Bueno...sabe...quedó embarazada, y ahora no se que hacer.
- ¡Ah, bueno!, pero y ella que. ¿Que es lo que quiere hacer?
- Mire, Don Luis...pero... yo no se lo que quiere ella, pero...yo....
- ¿Vos que?
- Y...no se, es la primera vez que me pasa esto...estoy desesperado...
- En primer término: ¿la quieres o no la quieres?
- Y... si
- ¡No, así no!- le recriminó Don Luis - ¿La quieres o no?
- ¡Sii...si!, la quiero, Don Luis- decía el muchacho como si de repente se hubiera convencido.
- Bueno, pero... y ella te quiere a vos.
- Si, creo que sí...
- Bueno muchacho, y a ella ¿le preguntaste que quiere hacer?, porque eso es lo que vale. Al fin y al cabo es ella la que debe decidir. Porque nosotros los hombres somos muy cómodos e indecisos y no nos queremos hacer cargo de la situación. Deben conversarlo entre Uds. y decidir que quieren hacer. Si ella quiere ser madre y vos quieres ser padre, el problema estaría resuelto. Si ella no quiere ser madre, no puedo recomendar, pero si sugerir... Y si vos no quieres ser papá y ella si quiere ser madre, vas a tener que replantear tu vida, porque el hecho ya está consumado. Y si es cierto que la quieres y es posible, vete a vivir con ella y si no, aún separados serán ambos padre y madre de la criatura.
- Gracias, Don Luis - dijo el muchacho - Ud. es un padre para mí, me ha reconfortado y me ha hecho ver todo claro en un minuto.
- Si, pero tené en cuenta que el amor tiene sus consecuencias y hay que afrontarlas y si eso del amor fuera solo un soplo de verano, también.
Cuando llegaba a su casa, su mujer muy solícita le preparaba unos mates, acompañándolo con unos biscochitos y ambos se sentaban en la cocina a comentarse lo ocurrido durante el día, y desde otra perspectiva discutían los arreglos de la casa y como mantener las plantas en buenas condiciones.
Cuando Lucas, uno de sus hijos, aparecía en la casa, su madre corría a ofrecerle algo para tomar o para comer, mientras Don Luis le recriminaba algunas actitudes para con ellos. Las discusiones con su hijo solo tenían un trasfondo familiar y eran solo puntos de vista hogareños, sin mayor trascendencia.
- Viejo, tenes que tomarte unas vacaciones e irte con mamá a algún lugar pintoresco. Tanto tiempo sacrificando tu vida ¿para que?
- Mirá Lucas, yo se lo que tengo que hacer, eh - le contestaba fastidiado su padre- todavía soy joven y tengo mucho por hacer, ¿sabes? Además, si yo no me hubiera sacrificado, como habría podido criarlos a Uds., darles educación y ayudarlos a salir adelante.
- Si...pi... ¿es un reproche? Solo te digo por tu bien y me parece justo que lo hagas.
- No, no es ningún reproche. Pero también te digo que no me es fácil movilizarme ahora. Tu madre tiene que atender a tus hijos y los de Mabel, mientras ustedes trabajan y estudian.
- Está bien - decía Lucas casi renegando - ¡Con vos no se puede hablar!
Sin embargo en la mente de Don Luis estaba desde hacía mucho tiempo el tema de hacer un viaje con su mujer, a conocer otros lugares y a disfrutar de unas buenas vacaciones lejos de la rutina diaria. Pero nunca se animaba a dejar su trabajo por tiempo más o menos prolongado, porque sentía que lo podían necesitar o debía resolver algunos temas complicados. Su hijo siempre le hacía notar que él no sería imprescindible en el trabajo pero que en su familia sí y por eso quería preservar su salud.
Sus compañeros de trabajo le daban cierto ánimo para emprender este viaje y disfrutar de algunas cálidas playas, o de algunos paisajes montañosos o aunque más no sea ir al campo a pasar algunos días en contacto con la naturaleza. El solo conocía Mar del Plata pero ahora hacía mucho que no iba. En general sentía cierto temor de dejar su ciudad a la que conocía todos los lugares, barrios que le traían recuerdos de su infancia o nostalgias de una remota juventud. Su mente estaba poblada de recuerdos y emociones al nombrar cada una de las calles, recordando sus vecinos y sus travesuras juveniles.
Don Luis nunca pensaba en su jubilación. Tal vez era una negación, porque en el fondo creía que ese día no llegaría nunca. Sin embargo, cuando alguno de su camada recibía el telegrama percibía que el próximo podría ser él y eso le disgustaba sobremanera. Pensaba que la jubilación era el punto de partida hacia el final de la vida, y que ya debía solo esperar el desenlace, aún cuando él gozaba de excelente salud.
Don Luis cumplía siempre con su ritual: se levantaba muy temprano, acostumbrado a cumplir rigurosamente con los tiempos previstos para afeitarse, darse su ducha diaria, desayunar, leer el diario y comentar las noticias con su mujer, antes de partir para su oficina. Ella lo miraba con amor mientras el le leía las noticias y pensaba "que suerte tener al lado un hombre como él, tan bueno, tan inteligente, tan..." Siempre lo despedía con un beso en la mejilla, mientras le retocaba el cuello de la camisa y le sacudía suavemente el saco, le acomodaba la corbata, todo de manera instintiva. Ese día partió despreocupadamente sin sospechar ni siquiera lo que le esperaba en el transcurso de la jornada. Al salir de su casa, respiró el aire primaveral con aroma a tilos florecidos y una temperatura agradable. El sol iluminaba con sus generosos rayos la ciudad, haciendo más placentera la actividad del día. Don Luis saludaba siempre con amabilidad a sus vecinos y salía rumbo a su trabajo como todos los días pensando en la belleza de la primavera con los pájaros ejecutando sus cantos arrulladores y las flores de los jardines y parques en pleno brillo multicolor contrastando con el verde del pasto recién cortado que exhalaba ese olor tan particular. Observaba todo el movimiento de la ciudad con sus ajetreos matutinos, mientras se iba acercando a destino, con tiempo como para poder saludar a todos antes de comenzar la tarea diaria. Hasta aquí, todo era normal, pero cuando llegó a la oficina notó algo en el ambiente que no era lo de todos los días. Cabezas gachas, rostros preocupados, algunas mujeres jóvenes con sus ojos humedecidos por lágrimas y con el rímel corrido. No era como todos los días. A medida que se iba acercando notaba que muchos de sus compañeros no lo saludaban como siempre. Roque era un hombre robusto, jovial que siempre le gastaba algún chiste, pero en esta oportunidad su mutismo era coloquial, y ese silencio hizo que le corriera un sudor frío por todo el cuerpo. Se acercó tembloroso al mostrador, atravesó la puerta que separaba del público y llegó rápidamente a su puesto de trabajo. Allí no encontró a nadie. Afuera se escuchaba el murmullo de la gente y sus comentarios: "¡Era tan joven!"
La única persona que encontró fue una joven empleada, que hacía muy poco que se había incorporado al plantel. La muchacha estaba temblorosa y sus cabellos negros que caían alrededor de su rostro pálido y lloroso le daban un aspecto casi tétrico. Don Luis se animó a preguntarle:
- Mónica ¿qué fue lo que pasó? ¿Dónde están todos?
- Ay Don Luis, Ud. no sabe. Yo llegué hace un rato y...el Sr. Santiago... - la chica hizo una pausa.
- ¿Y que pasó? Decime, por favor - le gritó Don Luis
- Murió...Un infarto, dicen. Yo lo encontré...- y la chica comenzó a llorar desconsolada - estaba ahí...sentado como siempre...- calmándose un poco prosiguió -...yo le hablaba y no me contestaba...hasta que lo toqué, pensando que se había quedado dormido y se desplomó en el suelo...allí donde Ud. está parado. ¡Que situación...!
Don Luis al verla tan desesperada, y sobreponiéndose a su propio dolor, la consolaba, acariciando su negra cabellera paternalmente, tratando de calmarla. La chica no podía parar de llorar. Don Luis la abrazó y le dijo secando sus lágrimas:
- Es así la vida, Santiago era un gran amigo mío. Trabajamos juntos casi desde que entramos en esta dependencia. Era una persona muy buena, buen compañero, nos llevábamos tan bien...Voy a sentir su ausencia... - Y mientras decía esto, sus ojos enrojecidos se llenaban de lágrimas.
Don Luis no quería llorar, y menos delante de la muchacha cuyo rostro mostraba la angustia inconmensurable. Pero por más esfuerzo que hizo, se ahogó en llanto desconsoladamente. Ver un niño llorar, provoca un sinnúmero de sentimientos, ver una mujer envuelta en lagrimas es un cuadro desgarrador, pero ver a un señor grande, como Don Luis, con su personalidad y fortaleza arrolladora de esa manera causaba una sensación de pena inmensa.
Santiago Gómez era el compañero del alma de Don Luis, el confidente, el alma gemela. Era un hombre jovial, honesto, trabajador y solidario. No es fácil encontrar otra persona como era él. Era alto y corpulento y siempre gastaba alguna broma. Su corazón era tan grande como sus 1,80 mts. de altura. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, a consolarlo y a dar consejos, como lo hacía don Luis y era tan querido como él.
El velatorio de Santiago fue un rio de lágrimas, un coro de llantos desgarradores de sus familiares y allegados y los consabidos comentarios "Era un hombre joven" "El era muy bueno", "¿Como ocurrió esto?" ¿Por qué tuvo que sucederle a él que era tan bueno?" y otras cosas por el estilo. Muchos eran sentimientos reales y otros cuya presencia era una suerte de compromiso, se aislaban y se formaba algún grupito que aprovechaba a contarse algunos cuentos y tomar el clásico café. Rodeando al cajón estaban los familiares más íntimos llenos de pesar y de lamentos, por haber dejado este mundo. Otros rezaban en silencio y mantenían una postura dignamente solidaria. Entre ellos estaba Don Luis que no quería moverse del lugar, realmente compungido. Conversaba con la viuda, intentando consolarla, pero de manera inútil. Cada tanto aparecía algún desconocido, familiar o no que lo saludaba y era presentado como Luis Vignoles, el compañero de trabajo del finado.
Para don Luis era más que un simple compañero de trabajo. Era con quien habían compartido años de vida en esa oficina, donde habían intimado en muchas ocasiones, discutiendo temas de política, de fútbol y de las familias de ambos. Al mirarlo fijamente al muerto, le pareció verlo en plena tarea, muerto de risa contando alguna anécdota o gastando alguna broma a las empleadas nuevas que no se encontraban todavía habituadas al trabajo. De pronto sintió como un ahogo y tuvo ganas de tomar aire.
Afuera la noche envolvía con su manto oscuro la ciudad, modificando el paisaje cotidiano de la actividad del día. El murmullo de la gente se dejaba oír como alejado. Luis Vignoles sentía una sensación de angustia mezcla de dolor y cercanía hacia su propia muerte meditando sobre la fragilidad del hombre y su vulnerabilidad. Enfrente había un parque lleno de arboles, con sus ramas cargadas de follaje y flores, y las sombras de la espesura se mostraban como un luto natural brindado hacia lo humano. Cada tanto algún animalito pasaba por la vereda husmeado con su inocencia el olor característico de las flores. Las luces de los faroles de la esquina parecían tristes y tenues, rodeados de un halo que dejaba la humedad de la noche. Don Luis miraba hacia lo lejos, pensativo con un nudo en la garganta. Pensaba en su familia, en su querida esposa y en sus hijos que le habían regalado hermosos nietos. Estaba muy ensimismado en sus pensamientos y solo reparaba en las luces de los coches que pasaban por la calle. La gente que iba saliendo lo saludaba en silencio.
- Chau, Luis. Mañana nos vemos - le dijo una voz conocida.
- Si, hasta mañana -contestaba él suavemente.
De pronto observó que la empleada que le había dado la noticia se había desmayado y la sacaban afuera para que se reponga. Detrás de ella salía una señora mayor que decía:
- Pobrecita, desde hoy a la mañana que está aquí y no para de llorar ¡Que sentimiento!
Cuando don Luis llegó a su casa, ya eran casi las 2 de la mañana. Isabel, su mujer, lo esperaba levantada envuelta en su desavillé color beige, preocupada por él. Le dio un beso en la mejilla y le ofreció una taza de té que tenía preparada. Luego le acarició la cabeza como si fuera un niño y le dijo:
- Fue un golpe muy duro, no. Santiago era un tipo tan macanudo.
- Si, lo voy a extrañar. Era un amigazo.- dijo muy compungido
- Luis, querido, vamos a dormir. Tenés que descansar.- le dijo ella amablemente.
- Bueno, vamos - le contestó él, pero sabiendo que esa noche no podría conciliar el sueño.
Don Luis se quedó pensativo mirando el cielorraso, con la luz prendida pero sin poder lograr que le viniera el sueño. Isabel lo miró y le dijo:
- Vamos Luis, hay que dormir, apagá la luz.
Así lo hizo y luego de un rato se quedó profundamente dormido

































El día se presentaba hermoso, soleado, con ese aroma a primavera que se percibe al abrir las ventanas. El color del cielo con algunas pequeñas nubecitas contrastan con el verde de los arboles que muestran las primeras flores del fin del invierno, como diciendo "acá volvimos", estamos de nuevo para embellecer la ciudad. Los pájaros con sus trinos, completan el paisaje, dando su función de canto y movilizándose de rama en rama, buscando quien sabe qué. En la calle empiezan a verse los primeros movimientos del día, con la gente que se prepara para iniciar sus tareas, niños con sus guardapolvos blancos y jovencitos con sus uniformes de alguna escuela privada. Padres apurados para dejar a sus hijos en el Jardín o en la Escuela. Vendedores ambulantes esperanzados en hacer una buena caja en un día tan especial. Jóvenes trajeados con sus maletines que deambulan apurados como si tuvieran miedo de no llegar a horario, aunque tengan todo el tiempo del mundo. La ciudad va cobrando vida luego de una noche de descanso y la actividad se va perfilando. Don Luis como todos los días con su desayuno y la lectura de las noticias, sale de su hogar rumbo a la oficina, luego del ritual saludo a su esposa.
- Hasta luego, querida - le dice
- Chau, mi amor - le contesta ella - ¡Cuidate!
- Bueno, esta bien Isa...me voy a cuidar - le dijo como algo fastidiado.
Al llegar al trabajo y antes de transponer la puerta principal, vio a Patricia, la empleada del archivo con una incipiente panza de embarazada. Al verlo le cruzó una sonrisa y con voz que denotaba mucha felicidad se acercó a Don Luis, le dio un beso y le dijo:
- Fíjese mi panza, gracias a Ud. que nos aconsejó tan bien, voy a ser mamá - dijo francamente convencida que eso era así.
- Pero muchacha, si yo no hubiera estado, tu hijo igual se hubiera gestado - dijo riéndose.
- Si, pero gracias a Ud. que aconsejó a Enrique yo seguí adelante con mi embarazo ¡Soy tan feliz! Y sabe una cosa...le vamos a llamar Luis en honor a Ud.
- Bueno, bueno, eso si que me gusta, pero en realidad...los que lo hicieron fueron Uds. Yo no tengo nada que ver - dijo Don Luis riendo.
- Gracias Don Luis, lo queremos mucho.
Las palabras de la joven le cayeron muy bien. Se sentía halagado y pensaba que ella había exagerado. Pero nadie sabe hasta que punto puede influir un consejo dado por una persona mayor o por un amigo. Tal vez habían pensado en interrumpir el embarazo, y se privaban del placer de la maternidad o la paternidad. O tal vez no estaban seguros de quererse y don Luis les hizo concretar su romance. Pero de todas maneras él sentía una enorme satisfacción por las palabras de la chica y se imaginaba cuando nazca el bebé, él le haría un obsequio e iría con su mujer a visitarla a la maternidad como si hubiera nacido otro nieto. "No hay nada más hermoso que el nacimiento de un bebé”, pensaba y por otro lado se decía "y pensar que yo fui quien aconsejó que lo tuvieran".
El rostro de Don Luis estaba radiante, sus arrugas se disimulaban y el paso del tiempo se había ocultado entre la satisfacción y la alegría. Alegría por su familia, alegría por el aprecio de sus compañeros, y ahora también alegría por este hecho tan feliz.
Como todos los días Don Luís llegó hasta el reloj en el que debía marcar su tarjeta magnética que indicaba la entrada, cuando se oyó una voz desde la oficina de personal que lo llamaba. Don Luis se acercó para ver quien era y vio al Jefe de personal, el Sr. Gutiérrez que le dijo:
- Venga Don Luis, tengo que comunicarle algo.
Don Luis se sentó en el sillón del despacho del Jefe, presintiendo por su experiencia, que no se trataba de algo muy agradable, sino más bien algo que le haría tronchar la alegría que había sentido hacía unos instantes nada más.
- Vea Don Luis...- comenzó el jefe - tengo que darle una noticia que tal vez no le caiga muy bien...
- Bueno, hombre, dígame de una vez - contestó - si es mala que sea rápida.
- Bueno...no se como decirle...ha llegado esta comunicación - dijo extendiéndole un memorándum - Tal vez hoy mismo le llegue a su casa.
Don Luis se puso serio, preocupado, mientras tomó el papel tembloroso como no queriendo leerlo. Pero era necesario enterarse cuanto antes de que se trataba. Se colocó los lentes de leer y comenzó "Por la presente se notifica que el agente Luis Vignoles, leg. Nº 5718, DNI 4.198.789, se le ha otorgado el beneficio de la Jubilación ordinaria, dado que ya ha cumplido con los aportes y edad necesaria para pasar a tal situación, haciéndose efectiva en el día de la fecha. Comuníquese y archívese.
Los ojos de Don Luis se nublaron y se cubrieron de lágrimas, pero en el fondo comprendía que este momento llegaría.
- De modo que Ud. queda libre a partir de hoy para hacer lo que quiera, Don Luis.
- A Ud. le parece, Giménez ¡Cuarenta años! Cuarenta años de mi vida - dijo entre triste y angustiado por haber recibido la noticia así de golpe.
- No sé que voy a hacer, mi vida tendrá un vacío enorme.
- No se ponga así, don Luis -trataba de consolarlo el jefe - Ud. es joven todavía, tiene una hermosa familia para disfrutar, puede salir... tomarse unas buenas vacaciones
- Si...pero esta es mi vida, siempre lo fue
- Comprendo - le dijo el jefe, palmeándolo - pero tiene que adaptarse a una nueva vida.
- No se como...
- A todos le ha pasado o le irá a pasar. ¡Hombre! No es la muerte
- Bueno, así que ya no les sirvo para nada ¿verdad?
- No, no es así...Mire Don Luis, Ud. es una buena persona, siempre ha sido muy cumplidor, no ha faltado nunca, excepto cuando algún mal lo aquejaba, pero siempre en períodos ínfimos...
- Si, pero ahora ya no tengo...en fin...el motor de mi vida, lo que me hacía sentir vivo.
- No, don Luis. Ud. tiene su familia, sus hijos, sus nietos, su esposa...
Los ojos de don Luis se le llenaron de lágrimas, ni siquiera le daban ganas de despedirse de sus compañeros, ni de llegar a su casa y decirle a su mujer "Querida, no tengo que ir más a trabajar, me jubilaron". Se despidió de su jefe con un abrazo, y entre sollozos le dijo:
- Quizás algún día nos volvamos a ver. Yo mucho más viejo y achacado, y Ud. pasando la misma situación que yo en este momento, siempre y cuando mi cuerpo aguante...
- Vamos, vamos, don Luis, Ud. tiene cuerda para rato. Además...déjeme decirle algo. Ud. tiene mucho por hacer de aquí en más, créame...
Y dicho esto, le dio un fuerte y sincero abrazo y le besó la mejilla en son de amistad. Y ya desde la puerta les envió un saludo a su señora y a la familia
- Ah, y pase a saludarnos cuando quiera. Las puertas estarán siempre abiertas para Ud.
Don Luis salió cabizbajo, con el rostro cargado de incredulidad. No pudo resistir de no llegarse hasta su oficina a despedirse de sus compañeros. La empleada nueva que había visto cuando falleció Santiago, tuvo otro ataque y se lanzó a llorar como si se fuera su padre. El resto de los compañeros estaban compungidos, pero se comprometieron a organizar una buena despedida al querido compañero de trabajo que había compartido tantos años en esa dependencia. Otros le daban ánimo, y le decían que iba a empezar una nueva vida, y que era necesario que superara el shock que significa que de la noche a la mañana le anunciaran su retiro.
- Y bueno, don Luis - le decían - Ud. es un buen hombre, una buena persona. Le va a ir bien. Todos debemos afrontar este trance y despues...a gozar el descanso merecido. Salga con su señora, viaje...que se yo. Hay muchas cosas para hacer...
Esta última frase, Don Luis la guardó en algún rincón de su memoria. Pero por el momento ni siquiera podía escuchar las palabras de aliento que le dirigían. Solo pensaba en que no volvería más a ese lugar que había visto desde que se llevaban los libracos enormes, rubricados y foliados en los que se escribía con tinta que no debían ser sujetos a enmiendas ni tachaduras, colocados sobre esas mesas tipo pupitre, que, por su altura era necesario utilizar banquetas adecuadas para poder trabajar. Había visto la paulatina transformación con máquinas mecánicas, que reemplazaban los antiguos libros contables, y luego las primeras computadoras, hasta llegar el esa red tan impresionante que parecía impensable en su momento. Conectados por banda ancha con todas partes del mundo en forma permanente y realizando todo tipo de cálculos y notas., que iban y venían desde distintos lugares del edificio, recogiendo información que otros empleados procesaban a distancia. Dibujando las planillas que antes debían ser hechas a mano y realizando listados que ordenaban a su antojo sin ningún tipo de complicaciones. El había tenido que hacer cursos para actualizarse, y aprender a manejar cuanta tecnología era incorporada al trabajo. Había visto como debían adecuar el lugar físico, en distintos compartimientos, incorporando el aluminio y el acrílico a las nuevas divisiones, con personal más joven y de conocimientos sólidos, de buena presencia y trato amable. Don Luis se había ido adecuando a los cambios y cada uno de ellos implicaba un esfuerzo extra. La capacitación era muy necesaria para no quedar afuera del circuito y volver a tener el oscuro rincón de una consola para atender el teléfono o realizar mandados que otros empleados más jóvenes le encargaran.
Todos esos recuerdos se acumulaban y sólo podrían significar algo muy lejano, pero que se volvían actuales y la nostalgia de ese pasado joven y con empuje lo deprimía, desdibujando su personalidad tan activa y dotada de una creatividad notable. Sus compañeros de trabajo lo iban a extrañar, pero en el fondo creían que era necesaria una renovación. Otros más sentimentales, pensaban en él como la persona que realmente era, que ayudaba sin pedir recompensas y que tenía siempre a mano algún sabio consejo para aquel que tuviera problemas. Le organizaron una despedida que se realizaría en un club del barrio, y donde le entregarían un regalo, con un pergamino firmado por todos.
Cuando llegó ese día a su hogar, Isabel, su mujer, se sorprendió de verlo tan temprano. Y como lo vio tan cabizbajo, su preocupación fue tomando cuerpo hasta que le preguntó que le pasaba.
- Sucede, mi querida, que ahora me vas a tener todo el día acá. Me jubilaron.
- ¡Ah! era eso - contestó la esposa con un gesto de alivio - Y bueno... alguna vez tendría que ser.
- Si, pero así de golpe me produjo como una puñalada acá - dijo tocándose el pecho.
- Bueno, viejo, ya tendremos más tiempo para estar juntos. ¿O no te gusta estar conmigo?
- ¡Por supuesto! Pero... en fin, es duro sentir que uno ya no sirve para nada, que uno es un algo descartable y que termina su ciclo. Ahora solo me espera el camino final...
- ¡Shh, no digas eso! Tenemos un largo camino para recorrer - se atajó la mujer.
- Está bien, pero yo solo me movía en función de mi trabajo. No se hacer otra cosa que trabajar. No tengo ninguna otra actividad, no pienso en otra cosa y ese ha sido mi gran error. Mi gran frustración ¿sabes? Soy un hombre de trabajo y ahora es tarde para cambiar. Todo lo que he hecho en mi vida es trabajar y trabajar. Nunca me importó otra cosa. Otros incursionaban en la política. Yo de eso no entiendo nada ni me interesó nunca. Otros iban a los conciertos, a las exposiciones de pintura, a seguir algún curso de teatro, a intentar otras cosas...Yo en cambio no se hacer nada. Lo único que hice en mi vida es trabajar porque no me interesó otra cosa...
A esta altura de sus reflexiones, comenzó a sollozar, como un niño que había recibido un reto por no haber hecho los deberes. A Isabel se le partió el alma. Lo veía tan desamparado, tan débil, tan dolorido que también a ella se le escaparon unas lágrimas. Su primer impulso fue abrazarlo, besarlo e intentar consolarlo de alguna manera.
- Bueno, querido - comenzó - Pero ¿es que no te das cuenta de tantas cosas lindas que has hecho hasta ahora? En primer término, sos una persona buena, hermosa, de un corazón abierto hacia todos. Tenés unos hijos que son una maravilla. Todos te queremos, Luis. Sos una persona adorable...
Y dicho esto le tomó la cabeza con sus manos, se la llevó a su pecho mientras le acariciaba el cabello gris y le secaba las lágrimas. Se había enternecido tanto que estuvieron un rato largo en esa posición. Luego él se apartó suavemente y sin mirarla le dijo:
- Voy hasta el parque a tomar un poco de aire y ordenar un poco mis pensamientos.
- No tardes mucho, ya va a estar la comida - le acotó tiernamente su mujer.
Luis Vignoles estaba deprimido. Pensaba que ya era el ocaso y que nunca más podría tener una actividad útil. De pronto se le había pasado la vida, sin haber previsto que esto debería haber ocurrido en algún momento. Por eso cuando recordaba sus largos años de servicio y todas las vivencias, las anécdotas, las discusiones, los momentos de alegrías y zozobras. Parecían tan lejanas como inquietantes las secuencias de cada uno de los puntos.
Cuando llegó al parque, dio muchas vueltas, pensativo, ensimismado en sus confusas conclusiones hasta que alguien se le acercó, lo miró fijamente y comenzó allí una charla muy amable.
- ¡Hola amigo! A usted lo conozco. Es vecino del barrio y siempre lo veo caminando por aquí. Yo vivo hace muchos años en esta cuadra, y conozco a todos los vecinos. ¡A usted también! Sin embargo nunca hemos conversado.
- Bueno…mire… - balbuceó don Luis, un tanto sorprendido y algo temeroso
- Si si…no me diga nada. Su trabajo, la familia…en fin. Es lo que le pasa a todo el mundo, pero uno debe tomarse también un tiempo para otras cosas…
- ¿Por ejemplo? – pregunto
- Bueno, vea. Acá todos los vecinos fueron convocados en distintas oportunidades para hacer distintas tareas comunitarias. ¿Recuerda lo de las asambleas populares, después de la caída del Gobierno de De la Rúa? Bueno, a partir de allí la gente fue tomando conciencia que si no tomamos las cosas en nuestras manos, siempre nos vamos a sentir defraudados.
- Pero… ¿Qué significa eso?
- Mire. Por acá cerca esta la estación ferroviaria…Bueno, Ud. sabe que desde hace muchos años la cerraron, porque los trenes dejaron de circular y ha quedado un espacio enorme sin aprovechar. Y desde hace algunos años un grupo de vecinos decidió hacerse cargo de las instalaciones para convertirlas en un Centro Cultural…
- Pero… ¿eso es legal?
- ¡Amigo querido! ¿Qué menos legal es la voluntad popular? La legitimidad está dada por lo que nosotros queremos…Ud., yo, el otro vecino, y el otro… Además ya realizamos los pedidos formales para transformar este paramo en un foco de cultura, la calle es nuestra, señor ¡allí estamos! Comenzamos con la Feria, luego creamos un grupo de Teatro Comunitario. ¡Todos los barrios se movilizan para esto!
- Es muy interesante lo que Ud. dice, pero…- contestaba Don Luis un tanto escéptico, pero ya mas animado.
- Mire compañero, amigo. Vecino…No se como llamarlo, jajaja – rió el interlocutor – Todo es posible, lo imposible es lo que no se intenta. Y nosotros entre todos hemos logrado algo, transformar este barrio olvidado, atrasado por obra y gracia de los gobernantes que vendieron al país en recuperar la historia, y modificar el modo de vida…y muchas más cosas se pueden hacer, siempre y cuando nos interesemos en ello.
- Si…me parece interesante su propuesta…pero…
- ¡Siempre pero…siempre! No mi amigo, ¿Cómo se llama?...
- Luis…Luis Vignoles
- Bueno, mi nombre es Agustín Peralta y vivo acá nomás – se presentó – Desearía que Ud. se acerque a nuestro “bunker”, ya que esa palabra esta de moda aunque no se que quiere decir…jajaja pero desde ya le digo que lamento contradecirlo, pero no es “mi propuesta” sino la de todos los vecinos del barrio. Lo espero el sábado…Ah, y puede ir con su señora también…va a ver que no se va a arrepentir.
Ambos se dieron la mano y fueron rumbo a sus respectivos domicilios. Luis había cambiado el semblante, Su miraba, antes triste, comenzó a abrirse y ya había otro brillo en sus ojos, hasta esbozaba una leve sonrisa. Mientras almorzaban le comentó a su mujer sobre el encuentro que había tenido por la mañana cuando salió a dar vueltas por el parque y ella al principio se quedó callada. Estuvo unos instantes pensativa y luego de unos minutos rompió el silencio.
- Luisito querido, ¿sabes una cosa? – Dijo con una hermosa sonrisa – Hace un tiempo que lo venía pensando. Tengo ganas también de hacer algo. Y me gusta muchísimo la idea. Creo que nos va a cambiar la vida, aunque a muchos les parezca ridículo. Será una forma de salir de esta rutina que nos está aplastando y que te va a enfermar a vos. Tiene razón ese hombre. Hay que hacer algo, por nosotros, por todos, por el barrio, por nuestros hijos y nietos…
- Bueno, no sabía que te iba a gustar la idea. Pero si es así…ahora…bueno iremos a la reunión.
Y dicho esto una vez finalizado el almuerzo se fueron a descansar, mientras planificaban lo que harían luego, ya con otras expectativas. Don Luis había cambiado su semblante, era otra persona. Prácticamente el de siempre, tranquilo, franco, buscando las palabras justas pero ya con una sonrisa en su rostro.
Por la tarde salieron ambos a dar una caminata, y trataron de encontrar a Agustín, pero fue inútil. No apareció por ningún lado. Un poco decepcionado le dijo a su mujer:
- Ves, este señor de que te comenté vive en esa casa. Dice que es un vecino antiguo del barrio.
- ¿Así? Viste y nosotros ni lo conocemos. Lástima que no anda por aça. Me gustaría conocerlo.
Luis miraba ansiosamente por todos lados en su busca pero era inútil. Cuando ya se iban a retirar, un tanto decepcionados, la figura del tan mentado Agustín apareció como por arte de magia.
- ¡Ah, mirá…allí está! – exclamo entusiasmado – ahora te lo presento. ¡Eh, Agustín! Acá estoy…
- ¡Hola amigo! ¿Como anda? – respondió siempre con la misma afectuosidad
- Muy Bien…Vea acá le presento a mi señora Isabel…
- Mucho gusto, señora...Isabel – dijo dándole la mano – Yo me llamo Agustín, Agustín Peralta y vivo aquí en el barrio desde hace muchos años. Ya estuvimos hablando con su esposo y le comenté algunas cosas que estamos haciendo…
- Si, me dijo, y me pareció muy bien
- Bueno por eso los invité a participar. Hacemos muchas actividades, y entre ellas tenemos un Teatro Comunitario, donde participan muchos vecinos, de todas las edades, sexo y condición social…no hacemos ninguna discriminación…jajaja – comentó tan entusiasmado que inspiraba deseos de participar.
- Muy interesante – contestó Isabel – Ya hablamos con Luis, vamos a ir a la reunión.
- Ah, magnifico, no se van a arrepentir. Hemos logrado formar un grupo muy interesante y nos divertimos mucho.
Luis e Isabel se despidieron de Agustín y luego de un breve paseo volvieron a su casa, felices y comentando el encuentro con el vecino, lo de la invitación y haciendo acotaciones risueñas sobre su nueva actividad que iban a comenzar. Se inventaban personajes, y reían con sus propias ocurrencias imaginándose las cosas que harían como nuevos integrantes del elenco. Pensaban también en otro tipo de actividades, como la música, las artes plásticas y cada una de las actividades que les habría gustado llevar a cabo en su juventud. También del tiempo que se pierde en problemáticas sin trascendencia que podría haber sido utilizado para hacer más llevadera sus vidas.
- ¡Cuantas cosas nos hemos perdido! ¿Como puede ser que recién ahora pensemos en esto? ¿Te has dado cuenta querida como nos cambió el ánimo este casual encuentro?
- Así es – contestó Isabel un tanto distraída – Pero ya vamos a recuperar el tiempo perdido. Vas a ver cuantas cosas hay por hacer todavía.
- Tal vez ahora pueda tener una esperanza de cumplir con algunos sueños.
Y siguieron charlando un largo rato. Esa noche tardaron en dormirse, teniendo como temas solamente el futuro y lo que harían al día siguiente. No obviaron nada y mientras el reloj avanzaba, hasta que el sueño los dominó y por fin se entregaron al descanso.
Por fin llegó el día del encuentro y el matrimonio se preparó como para tener una tarde de actividades nuevas e interesantes. Los dos estaban un tanto ansiosos por comenzar a experimentar algo nuevo, algo que los rejuvenezca. Las tribulaciones de un jubilado, cuyas únicas vivencias fueron siempre las de sobrevivir en un mundo dominado por las cosas materiales, y el deseo de poseer algunos bienes que puedan ayudar a la felicidad, pero que no es todo lo que se necesita. Jamás habían pensado en otras cosas que tuvieran que ver con lo cotidiano, con sus familias y con sus círculos más íntimos, además del trabajo que día a día deparaba siempre algún mal trago. Pero es difícil para un hombre cuya rutina llevada casi a la religiosidad, con la obligación horaria y el mantenimiento de las normas establecidas pueda cambiar tan drásticamente-. Solo los jóvenes pueden tener ese privilegio, mientras que a medida que se afianza el rigor de la rutina, compromete más aún al ser humano, por acostumbramiento, por comodidad o porque no se cree en que las cosas puedan cambiar.
Algunos, piensan que los viejos arboles que echas sus largas y gruesas raíces no pueden ser transplantados, y eso los hace más arraigados aún. El caso de Luis es la muestra cabal de alguien que pensó que su vida seguiría igual hasta que le llegara la hora, por lo cual acusó la falta de esa tarea que le llenara las horas de su vida. El hecho de jubilarse lo tornaba inútil, sin más capacidad para integrarse y menos aún para dedicarse de ahora en más a otras actividades, mucho más placenteras. Todavía no sabían a ciencia cierta cual sería la oferta que recibirían, pensando que ello era algo ya prefijado por los que “conducían” el emprendimiento. Sin embargo, ya se habían pensado en algunas, haciéndose una idea de cómo sería esta nueva asociación.
- ¡Mirá si nos ofrecen algún papel en la obra, jajaja! Yo haría de dama antigua y vos…de chofer del coche a caballo que me trasladaría a la opera…jajá – bromeaba Isabel…
- ¡Pero mujer!, mirá que sos fantasiosa. ¡Que sabemos que iremos a hacer! A lo mejor nos ponen en la cocina a preparar la comida, o vos a coser algún traje. O tal vez nos integremos a algún taller de pintura…
- ¡Oh, que desilusión! ¿Vos siempre pinchando el globito? Jajaja…
Y así riendo y charlando, dejándose llevar por la imaginación fueron llegando hacia el lugar de la cita. Había bastante gente, pero no la cantidad que mas adelante se juntó. Enseguida los recibió Agustín, quien con mucha simpatía les presentó al resto de los concurrentes. Se eligieron quien dirigiría el debate, ya que en todas las reuniones cambiaban para que no haya influencias de nadie en particular. Todos eran iguales, tenían el mismo nivel de participación y nadie sobresalía por sobre los demás. Cuando alguno más vehemente hacía alguna exposición como para sobresalir, enseguida quedaba en evidencia y eso le valdría un silencioso desprecio del resto.
Por fin comenzaron:
- Bueno, compañeros, amigos – comenzó a decir el que dirigiría el debate – Acá contamos con gente nueva, gente que como todos nosotros tiene ganas de hacer algunas de las actividades que tenemos. Se trata de… ¿Cómo es tu nombre?... ¡Ah, Luis!... ¿y el tuyo?... Isabel. Bueno, Luis e Isabel… ¡bienvenidos!...y esperamos que se sientan cómodos con nosotros.
Y enseguida luego de las presentaciones de rutina, comenzó el intercambio de opiniones e ideas sobre el desarrollo de las actividades. En este caso era precisamente el Teatro.
- No se si sabrán de que se trata: yo tratare de explicarles- les dijo Pedro, un participante que estaba sentado al lado de ellos - Este movimiento de teatros comunitarios que comenzó en un barrio de Buenos Aires, fue tomando fuerza en todas las ciudades grandes y luego ganando un lugar en muchos pueblos del interior. Se trata de revivir la historia de cada lugar, de cada barrio, de cada pueblo, con los datos que aportan los más maduros, vamos armando el libreto entre todos, y así entre anécdotas, hechos históricos y bufoneadas ir explicando como fue evolucionando el lugar. Acá todos hacemos todo, aportamos ideas, trabajos, el que sabe escribir hace los libretos que se discuten entre todos. Es digamos una actividad emocionante…creativa… ¡y espero que les guste!
No podían creer que se encontraran allí en medio de muchas personas jóvenes, otras no tanto, muchas personas mayores y… ¡Niños!...Si niños que eran los hijos de aquellos matrimonios más jóvenes y que también participaban de igual a igual con sus mayores. Algo increíble para la mente y el corazón de Isabel y Luis, que se habían quedado fascinados por lo que estaban viendo.
Pero todavía faltaba la frutilla del postre. Y fue cuando comenzó el ensayo, con las locuras de todos, las discusiones y que papel realizaría cada uno… Los más jóvenes eran más vehementes y divertidos, pero el resto no se quedaba atrás y no había límite de edades. Señoras mayores haciendo movimientos o representando personajes de época, jóvenes integrantes de distintas edades y los chicos que aportaban esa cuota de alegría y optimismo. Pero lo más interesante fue cuando alguien dijo dirigiéndose a Luis, que él podría hacer el personaje de Gobernador, o de Obispo…o de militar e Isabel mostrar sus encantos disfrazada de algún personaje de la época…
- ¡Si, si sí!—decían los otros, a ver que los aludidos oponían cierta resistencia - ¡Anímate Luis! ¡Vos tenés pinta para hacer cualquiera de estos personajes! Jajaja Vení Luis. ¡Y vos Isabel también!
- Pero yo nunca hice esto…- decía Luis como alucinado
- ¿Y vos crees que yo alguna vez lo había hecho? – le contestó una joven señora – Acá nadie fue actor solo alguno de los muchachos que trabajan y nos ayudan a componer los personajes.
- Bueno…si es así
Eso fue el comienzo, y luego siguieron…y siguieron. Y cada vez más estaban cobrando nuevos bríos, nuevas ideas. Luis se anotó en un curso de guitarra e Isabel comenzó a practicar pintura y a colaborar con el vestuario, además de actuar y contar sus historias de la mejor manera posible.
Y las actuaciones eran cada vez mas y comenzaron a viajar y a intercambiar experiencias con otros integrantes de otros talleres y teatros comunitarios que aún el los pueblos más pequeños se manifestaban en ese tipo de expresiones.
Se había terminado la depresión, los pensamientos negativos que Luis había manifestado en su momento y ya se sentía un hombre útil, mucho más que cuando trabajaba inútilmente por un sueldo en esa oficina nefasta, donde los jóvenes se volvían viejos y los viejos se morían sin haber cumplido ningún sueño. Ya se sentían realizados, pero por esa actividad que los despertó del letargo.
El día del cumpleaños de Isabel, Luis se levantó temprano y fue a la florería. Un hermoso ramo de flores de todos colores lucían en sus brazos, cuando llegó a su casa. Ella muy emocionada lo besó y le agradeció todo lo que estaba haciendo.
Por la tarde, Isabel noto cierto movimiento de su esposo, que hablaba misteriosamente por teléfono, recibía llamadas y hablaba por lo bajo. No sabía que estaría tramando. “Este viejo, ahora que está haciendo teatro se me ha puesto intrigante, ¿Qué se trae entre manos”? se preguntaba Isabel, que notaba un gran cambio en la actitud de su esposo.
Por la tarde se recostó a descansar un rato y cuando ya había oscurecido, alguien toco timbre en su casa. Era uno de esos llamados “delivery”, que traían unos paquetes y unas cajas repletas de sándwiches y masas, que Luis las fue acomodando ordenadamente en la cocina y en la heladera.
Isabel pensó: “¡Ah, me quiere sorprender con un agasajo, y seguro vendrán los chicos a visitarnos!” Pensaba en sus 2 hijos y nietos que los tenía mas cerca, ya que los otros estaban muy lejos de casa y ya había llamado por teléfono para saludarla.
Pero muy grande fue su sorpresa cuando pasadas las 21 horas y sin nadie a la vista, pensó que se le habría frustrado el agasajo. Sin embargo tocaron el timbre y cuando fue a atender notó un extraño murmullo mientras abría la puerta para atender. Enorme fue su sorpresa al ver que se acercaban muchos que saludaban e ingresaban a la casa con muchos más paquetes, botellas y otros elementos y cuando todos estuvieron adentro comenzaron a cantarle el “Feliz cumpleaños”. La mayoría venían semidisfrazados y comenzaron a hacer una parodia improvisada sobre cualquier tema que se les ocurría en el momento y que involucraba a Isabel.
Fue una larga velada, inolvidable. Bailaron todos y todos los ritmos, destacándose los mayores con el tango y por que no algunos jóvenes muy bien entrenados. Pasaron las horas y no se habían percatado que ya eran como las 5 de la mañana. Mientras se iban saludaban muy efusivamente al matrimonio que por fin habían revivido sus años de juventud, no solo recordando, sino sintiéndose parte de ella.